domingo, 14 de diciembre de 2008

Buena Tierra y Mejor Clima, indispensables para un buen Vino


Conseguir un buen vino no es una tarea sencilla. Al margen de los conocimientos que se le suponen a los responsables de cualquier bodega que pretenda poner en el mercado caldos de gran calidad -dada la competencia existente-, resulta imprescindible contar con una buena tierra donde plantar los viñedos y que ésta tenga como mejor compañero de viaje un clima propicio para el desarrollo y maduración de la uva.
El origen siempre está en la tierra. De aluvión, de cascajo, seca, desparramada, entremezclada con piedras que a veces parecen hostiles. Desde allí empieza un proceso que durará años mientras las raíces se hunden en el suelo buscando agua y nutrientes mientras la mata mira al cielo, pendiente del sol, el aire, la lluvia y el frío, que harán el resto.
Despacio, como se producen los milagros sutiles. Una viña excelente no se improvisa; necesita un periodo de adaptación y aprendizaje, perforando el suelo en busca de su vida. Envejece y retuerce sus sarmientos haciéndose sabia. Se la puede tentar con crecimientos ficticios, pero la educación no será la misma: si se le da agua sin esfuerzo, no la buscará en el subsuelo y sus raíces se harán perezosas. Si se la protege inadecuadamente del sol brutal del verano el azúcar no alcanzará la proporción adecuada. A la viña hay que vigilarla, darle cariño y atención, pero no se le pueden aliviar los esfuerzos porque el sacrificio es condición de su excelencia. Si el bodeguero llega a conseguir el milagro de un vino excepcional, será el resultado de una elección sosegada del terreno, de la incorporación de viñas viejas o de la paciencia para que las jóvenes maduren. El resto es siempre la incertidumbre de si, dadas todas las condiciones, el resultado será finalmente el prodigio.
Los vinicultores son coleccionistas de sueños. Ahora los bodegueros se han dado cuenta de que necesitan que los amantes del vino también se acerquen a la tierra. En La Rioja, por ejemplo, han dado espacio para que la arquitectura siembre también su impronta al lado de las viñas porque la fusión de la ingeniería con la naturaleza promociona la creencia de que el vino necesita tiempo. Un caldo atrapado en una botella es una promesa largamente formulada desde que se plantó la cepa, se vigiló su crecimiento, se cataron las primeras uvas y se fermentó el mosto con talento hasta esperar que la barrica y el tiempo decidieran. Hay años que no se sabe por qué el resultado es un fiasco, y en otros, la sorpresa se convierte en una luz que no se apagará hasta que la oxidación casi imposible sortee el corcho y se infiltre en la botella.
El hombre, no ha dejado de buscar la perfección que se esconde, encerrada, en el interior de una botella. El reto de la vida es descubrir ese misterio.

2 comentarios:

Rafa Ibarra dijo...

¡Qué padre te quedó el texto de este artículo! Me gustó mucho. Felicidades.

Esa es la base, lo que tanto defienden los amantes del vino: el terroir. Claro que entra la mano del hombre, pues como dijo el enólogo de Vinos Orlandi, si se dejara que la vid creciera silvestre, no sería más que una enredadera. Hay intervención humana, pero debe ser poca y sabia. El vino se logra en el campo, no en el laboratorio.

¡Saludos!

--Rafa Ibarra
www.elmundoderafaibarra.com

Cohen dijo...

Muy buen escrito!

Tienes toda la razon, de hecho por Ensenada me dijeron algo parecido: "quieres parender del vino, trabaja el campo"

Saludos

Carlos H Cohen
www.buenavida.com.mx